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lunes, 8 de abril de 2024

Viviendo con Perspectiva Eterna 

La Importancia de Prepararnos para el Tribunal de Dios"

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

En un mundo lleno de distracciones y preocupaciones terrenales, es fácil perder de vista la perspectiva eterna que como creyentes debemos tener. 

A menudo nos enfocamos tanto en nuestras vidas aquí en la tierra que olvidamos que somos ciudadanos del cielo y que un día daremos cuenta de nuestras acciones ante el tribunal de Dios.

 Es por eso que hoy quiero recordarles la importancia de vivir con una perspectiva eterna, pensando no solo en nuestro futuro en este mundo, sino también en nuestro futuro eterno.

Como hijos de Dios, hemos sido creados para su gloria y para cumplir su propósito en nuestras vidas. 

En Efesios 2:10, la Palabra de Dios nos dice: 

"Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas". 

Esto significa que cada uno de nosotros tiene un propósito divino que cumplir en esta tierra, y nuestras acciones deben reflejar ese propósito.

Sin embargo, es fácil caer en la trampa del egoísmo y la búsqueda de placeres temporales, olvidando que un día daremos cuenta de todo lo que hemos hecho. En 2 Corintios 5:10, la Biblia nos advierte: 

"Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo". 

Esta es una verdad poderosa que no podemos ignorar. Cada acción, cada palabra, cada pensamiento será evaluado por Dios mismo, y será recompensado o castigado en consecuencia.

Por lo tanto, es crucial que vivamos nuestras vidas con temor y reverencia hacia Dios, sabiendo que un día daremos cuenta ante Él. 

En Proverbios 9:10, leemos: 

"El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santo es inteligencia". 

El temor del Señor no es un miedo paralizante, sino un profundo respeto y reverencia por su soberanía y su justicia. 

Es este temor lo que nos impulsa a vivir vidas santas y obedientes, buscando siempre hacer su voluntad en todas las áreas de nuestras vidas.

Una de las áreas más importantes en las que debemos vivir con una perspectiva eterna es en nuestras relaciones con los demás. En Mateo 25:40, Jesús nos dice: 

"De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis". 

Cada acto de amor y bondad que mostramos a los demás no solo tiene un impacto en este mundo, sino que también tendrá repercusiones eternas. 

Es por eso que debemos amar y servir a los demás como si estuviéramos sirviendo directamente al Señor mismo.

Además, debemos recordar que nuestras posesiones y riquezas en este mundo son temporales y pasajeras. En Mateo 6:19-21, Jesús nos instruye: 

"No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. 

Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón". 

Nuestras posesiones terrenales no pueden acompañarnos más allá de esta vida, pero nuestras acciones y nuestro servicio a Dios y a los demás pueden tener un impacto eterno.

Es fundamental que vivamos nuestras vidas con una perspectiva eterna en mente, recordando que un día daremos cuenta ante el tribunal de Dios. 

Esto significa vivir en obediencia a su Palabra, amando y sirviendo a los demás, y buscando hacer su voluntad en todas las áreas de nuestras vidas. 

Que nuestras vidas reflejen la gloria de Dios y que nuestras acciones hablen de nuestro amor y devoción por Él.

En conclusión, vivir con una perspectiva eterna nos ayuda a mantener nuestras prioridades en orden y a recordar que este mundo no es nuestro hogar final. 

Somos ciudadanos del cielo, y un día daremos cuenta de nuestras vidas ante el tribunal de Dios. 

Que nuestras vidas reflejen nuestra fe y nuestro amor por Él, y que vivamos cada día con la esperanza y la certeza de nuestra herencia eterna en Cristo Jesús.

Que Dios los bendiga abundantemente.

Juan Manuel.



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viernes, 5 de abril de 2024

 El Gran Conflicto en el Cielo 

La Victoria de Cristo y Nuestra Esperanza de Vida Eterna"

En el corazón del cristianismo  yace una narrativa poderosa y trascendental: el Gran Conflicto en el Cielo. 
Este relato, arraigado en las Sagradas Escrituras, revela la lucha cósmica entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás, que ha moldeado la historia de la humanidad y nuestro destino eterno.
En este mensaje, exploraremos cómo este conflicto determinó el destino del diablo y su impacto en nuestras vidas, así como la victoria definitiva de Jesucristo sobre las fuerzas del mal y cómo esta victoria nos brinda la esperanza de vida eterna junto a Él.

1. El Gran Conflicto en el Cielo:

Antes de que el mundo existiera, hubo un enfrentamiento épico en los reinos celestiales. 
Lucifer, un ángel creado por Dios, desafió la autoridad divina en un intento de usurpar el trono de Dios. 
Este levantamiento angelical desencadenó una guerra en el cielo, una batalla por la soberanía y la lealtad de los seres celestiales.

Versículos bíblicos relevantes:

- Isaías 14:12-15
  Apocalipsis 12:7-9
 
Lucifer, conocido luego como Satanás o el diablo, fue derrotado por Miguel, el arcángel, y fue arrojado del cielo junto con una tercera parte de los ángeles que se unieron a su rebelión. 
Esta caída marcó el comienzo del reinado del mal en la tierra y la introducción del pecado y la muerte en el mundo.

2. El Impacto en la Humanidad:

La rebelión de Satanás en el cielo tuvo repercusiones profundas en la vida humana. 
Desde la caída de Adán y Eva en el Jardín del Edén, la humanidad ha estado inmersa en una lucha espiritual contra las fuerzas del mal. 
El diablo, astuto y engañoso, ha trabajado incansablemente para desviar a la humanidad del camino de la verdad y la justicia.

Versículos bíblicos relevantes:

- Génesis 3:1-6
- Efesios 6:12
 
El pecado separó a la humanidad de Dios, dejando un vacío espiritual que solo podría ser llenado por la redención ofrecida a través de Jesucristo. Satanás ha usado todas sus artimañas para mantener a la humanidad en la esclavitud del pecado, pero gracias al sacrificio de Cristo en la cruz, ahora tenemos la esperanza de ser liberados y restaurados a la comunión con Dios.

3. La Victoria de Jesucristo:

En el momento adecuado, Dios envió a su Hijo, Jesucristo, al mundo para enfrentarse al poder de Satanás y redimir a la humanidad caída. Jesús, el Cordero de Dios, llevó a cabo una misión divina para salvar a los perdidos y restaurar lo que se había perdido en el Edén.

Versículos bíblicos relevantes:

- Juan 3:16
- Colosenses 2:15


Durante su ministerio terrenal, Jesús enfrentó las tentaciones y los ataques del diablo, pero en cada ocasión, demostró su poder y autoridad sobre el mal. En la cruz, Jesús triunfó sobre Satanás y conquistó el pecado y la muerte. 
Su resurrección demostró que él es el Señor sobre toda la creación y que su victoria es nuestra victoria.

4. Nuestra Esperanza en Cristo:

Como seguidores de Jesucristo, somos llamados a participar en la guerra espiritual contra las fuerzas del mal. 
A través de la fe en Cristo, podemos resistir al diablo y todas sus artimañas. 
Estamos revestidos con la armadura de Dios y equipados con el poder del Espíritu Santo para enfrentar las batallas espirituales que se nos presentan.

Versículos bíblicos relevantes:

- Efesios 6:10-18
- Santiago 4:7


La victoria de Jesucristo nos brinda la esperanza de vida eterna. Aquellos que creen en él y siguen su camino experimentarán la plenitud de la vida en comunión con Dios por toda la eternidad. A través de Cristo, tenemos la promesa de la salvación y la herencia de la vida eterna en el reino de los cielos.


El Gran Conflicto en el Cielo ha moldeado nuestra historia y determinado nuestro destino eterno. 
Aunque las fuerzas del mal pueden parecer poderosas, la victoria final pertenece a Jesucristo. 
En él encontramos la esperanza y la seguridad de la vida eterna. Que cada uno de nosotros pueda abrazar esta verdad y vivir en la plenitud de la victoria que Cristo ha ganado para nosotros. Amén.

Este mensaje está enraizado en las verdades eternas de la Palabra de Dios y ofrece esperanza y consuelo a aquellos que buscan respuestas en medio de la lucha espiritual. Que sea una luz para guiar a muchos hacia la verdad y la vida en Cristo Jesús.
Juan Manuel

miércoles, 3 de abril de 2024

 La Consecuencia de Morir sin Aceptar a Cristo 

"Una Reflexión Profunda sobre el Tribunal de Dios"


En el trajín cotidiano de la vida, es fácil pasar por alto la realidad trascendental de nuestra existencia. 

A menudo, nos sumergimos en nuestras responsabilidades diarias, nuestras metas terrenales y nuestras relaciones personales, olvidando que cada uno de nosotros está en un viaje espiritual con implicaciones eternas. 

Pero, ¿qué sucede cuando esta travesía llega a su fin y nos enfrentamos al umbral de la muerte? 

¿Qué implica realmente estar parados ante el tribunal de Dios?

En el corazón de estas preguntas yace una verdad fundamental: nuestra respuesta a Jesucristo determina nuestro destino eterno.

Para algunos, esto puede parecer una idea abstracta o incluso intimidante, pero es esencial abordarla con seriedad y reflexión.

En este mensaje, exploraremos las consecuencias de morir sin haber aceptado a Cristo como nuestro Señor y Salvador, así como la profunda reflexión sobre lo que diremos a Dios por no haber sido fieles a su palabra.


I. La Realidad de la Muerte y sus Consecuencias Eternas.


La muerte es una realidad innegable en la experiencia humana.

 A lo largo de los siglos, filósofos, poetas y teólogos han reflexionado sobre su significado y sus implicaciones. 

Sin embargo, en el contexto de la fe cristiana, la muerte adquiere una dimensión única y trascendental. 

La Biblia nos enseña que "el salario del pecado es muerte" (Romanos 6:23), y que cada uno de nosotros enfrentará un juicio final ante Dios (Hebreos 9:27).

Es en este juicio final donde nuestras decisiones terrenales tendrán consecuencias eternas. 

Para aquellos que han aceptado a Jesucristo como su Señor y Salvador, la muerte no es el final, sino el comienzo de una vida eterna en comunión con Dios (Juan 3:16). 


II. La Importancia de Aceptar a Cristo como Señor y Salvador.


En medio de la oscuridad y el temor que rodea a la muerte, la buena noticia del evangelio brilla como una luz de esperanza. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, ofreciendo perdón, redención y vida eterna a todos los que creen en Él (Juan 3:17). 

Su sacrificio en la cruz es la única forma de reconciliación con Dios y de escape del juicio eterno.

Aceptar a Cristo como nuestro Señor y Salvador no es simplemente una cuestión de creencias teológicas, sino una decisión que transforma radicalmente nuestras vidas. 

Significa reconocer nuestra necesidad de salvación, arrepentirnos de nuestros pecados y confiar en la obra redentora de Cristo en la cruz. 

Es abrir nuestros corazones a su amor incondicional y permitir que Él sea el Señor de nuestras vidas.

Sin embargo, la tragedia radica en aquellos que rechazan esta oferta de salvación. 

Por diversas razones, algunos eligen ignorar o despreciar el mensaje del evangelio, apostando su destino eterno en sus propias fuerzas o en falsas esperanzas. 

Pero la realidad es que fuera de Cristo no hay salvación (Hechos 4:12), y aquellos que mueren sin haberle aceptado como su Señor y Salvador enfrentarán las terribles consecuencias de su elección.


III. La Consecuencia de Morir sin Aceptar a Cristo:


Imagina por un momento estar parado ante el tribunal de Dios, enfrentando la realidad de tu vida terrenal y tus decisiones eternas. 

¿Qué dirás cuando se te pregunte por qué rechazaste la oferta de salvación que se te extendió con tanto amor y gracia? 

¿Qué excusas podrás ofrecer por no haber aceptado a Cristo como tu Señor y Salvador?

En ese momento solemne, no habrá lugar para las evasivas o los arrepentimientos tardíos. 

La verdad desnuda de nuestras vidas será expuesta ante la presencia santa de Dios, y nos daremos cuenta del peso de nuestras decisiones. 

Habrá aquellos que intentarán justificar sus acciones, culpando a otros o negando la realidad del juicio eterno. 

Pero la verdad es que cada uno de nosotros es responsable de nuestras propias decisiones, y tendremos que rendir cuentas ante Dios por ellas.

La realidad del infierno es una verdad difícil de aceptar, pero es una parte integral del mensaje del evangelio. 

Jesucristo habló claramente sobre la realidad del infierno como un lugar de tormento eterno, reservado para aquellos que rechazan la verdad y el amor de Dios (Mateo 25:46). 

No es la voluntad de Dios que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9), pero la decisión final recae en cada individuo.


IV. La Urgencia de la Decisión.


Ante la realidad trascendental de la muerte y sus consecuencias eternas, la urgencia de la decisión se hace evidente. 

No podemos posponer indefinidamente nuestra respuesta al llamado de Dios. 

La vida es frágil y fugaz, y nunca sabemos cuándo llegará nuestro último aliento. 

Por lo tanto, es crucial tomar una decisión consciente y definitiva sobre nuestra relación con Cristo mientras todavía tenemos la oportunidad.

La buena noticia es que la puerta de la salvación está abierta para todos los que la buscan sinceramente. 

No importa cuán lejos hayamos caído o cuán oscuro sea nuestro pasado, el amor de Dios es más grande que nuestros pecados. 

Él está dispuesto a perdonar, restaurar y transformar nuestras vidas si tan solo nos volvemos a Él en arrepentimiento y fe.

En última instancia, la decisión de aceptar o rechazar a Cristo como nuestro Señor y Salvador es la más importante que jamás haremos. 

Define nuestro destino eterno y determina nuestra relación con Dios por toda la eternidad. 

Ante la realidad trascendental de la muerte y el juicio de Dios, es crucial tomar esta decisión con seriedad y reflexión.

Que este mensaje sirva como un llamado a la reflexión profunda sobre nuestras vidas y nuestras relaciones con Dios. 

Que nos inspire a buscar sinceramente la verdad y a tomar decisiones que reflejen nuestra fe en Cristo. Y que nunca olvidemos la gravedad de morir sin haber aceptado a Cristo como nuestro Señor y Salvador, ni las terribles consecuencias que esto conlleva.

Que cada uno de nosotros pueda enfrentar el tribunal de Dios con confianza y esperanza, sabiendo que hemos vivido nuestras vidas en obediencia a su palabra y en comunión con su Hijo amado. 

Y que podamos escuchar esas palabras tan esperadas: 

"Bien hecho, buen siervo y fiel... Entra en el gozo de tu Señor" (Mateo 25:21).

Juan Manuel

viernes, 29 de marzo de 2024

LA SALVACIÓN



En la fe cristiana, la creencia en el amor redentor de Dios a través de su hijo Jesucristo es el fundamento de la salvación.

Este acto de amor incondicional se manifiesta en el sacrificio supremo de Jesús en la cruz para liberar a la humanidad de sus pecados y ofrecerle la vida eterna. 

La historia de la salvación comienza en el Antiguo Testamento, con profecías que anuncian la venida de un Mesías que redimirá a su pueblo. 

En el Nuevo Testamento, encontramos el cumplimiento de estas profecías en la persona de Jesucristo, el hijo de Dios que vino al mundo para cumplir esta misión redentora. 

En Juan 3:16 encontramos uno de los versículos más conocidos y citados de la Biblia, que resume de manera clara y contundente el amor de Dios hacia la humanidad: 

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". 

Este versículo nos muestra la intensidad y la grandeza del amor divino, que se manifiesta en el sacrificio de Jesús para concedernos la vida eterna. 

El apóstol Pablo también nos habla del amor de Dios en Romanos 5:8, donde dice: 

"Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros". 

Este pasaje nos recuerda que el amor de Dios no se condiciona a nuestra perfección o bondad, sino que se manifiesta de manera desinteresada incluso cuando estábamos en pecado. 

La muerte de Jesús en la cruz es el acto supremo de amor de Dios hacia la humanidad. 

En Juan 15:13, Jesús mismo nos dice: 

"Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos". 

Jesús se sacrificó por nosotros, sus amigos, para redimirnos y ofrecernos la vida eterna. 

Este acto de amor nos revela la profundidad del amor divino y nos invita a responder a ese amor con gratitud y fidelidad. 

La salvación a través de Jesucristo es un regalo gratuito que podemos recibir por fe.

Efesios 2:8-9 nos dice: 

"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe". 

No podemos ganarnos la salvación a través de nuestras obras o méritos, es un regalo que Dios nos ofrece por su infinito amor y misericordia. 

Al recibir a Jesucristo en nuestro corazón y creer en él como nuestro Señor y Salvador, somos reconciliados con Dios y recibimos el perdón de nuestros pecados. 

En 1 Juan 1:9 leemos: 

"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". 

El perdón de Dios es total y completo, y nos ofrece una nueva vida en comunión con él. 

El amor de Dios en enviar a su Hijo al mundo para salvarnos es un testimonio de su amor incondicional por la humanidad. 

Como dice Romanos 8:38-39: 

"Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro". 

Nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo, que nos ofrece la vida eterna y la salvación. 

Entonces diremos que el amor redentor de Dios a través de su hijo Jesucristo es el fundamento de la fe cristiana.

El sacrificio de Jesús en la cruz nos ofrece la salvación y la vida eterna, que podemos recibir por fe y gracia de Dios. 

Este amor incondicional nos llama a responder con gratitud y fidelidad, viviendo en comunión con él y testimoniando su amor a los demás. 

Que este mensaje de amor y salvación resuene en nuestros corazones y nos inspire a vivir vidas transformadas por el amor de Dios. 

¡Gloria a Dios por su amor redentor 

en Jesucristo nuestro Salvador!

Juan Manuel

 





lunes, 25 de marzo de 2024

EL AMOR DE DIOS

EL AMOR DE DIOS

La importancia de cambiar nuestra forma 

de vivir para agradar a Dios


En la vida diaria, enfrentamos constantemente desafíos y tentaciones que nos alejan de la voluntad de Dios. 

Vivimos en un mundo que nos bombardea con valores y creencias contrarias a las enseñanzas de la Biblia. 

Sin embargo, como cristianos, estamos llamados a vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, a agradarle en todo lo que hacemos y a reflejar su amor en nuestro actuar.

El amor de Dios es el fundamento de nuestra fe y lo que nos impulsa a cambiar nuestra forma de vivir. 

En 1 Juan 4:10 leemos: 

"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados."

El amor de Dios nos transforma, nos llena de su gracia y nos guía por el camino de la vida eterna.

Para agradar a Dios, es necesario vivir de acuerdo a sus mandamientos y enseñanzas. 

En Romanos 12:2 encontramos estas palabras: 

"No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta." 

Cambiar nuestra forma de vivir implica dejar atrás las prácticas pecaminosas y adoptar un estilo de vida que refleje la luz de Cristo.

El amor de Dios nos impulsa a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

En Mateo 22:39 leemos: 

"Y el segundo es semejante, que digas: Amarás a tu prójimo como a ti mismo." 

Este mandamiento es fundamental en la vida del cristiano, pues nos llama a mostrar el amor de Dios a través de nuestras acciones y palabras. 

Cuando amamos a nuestro prójimo, estamos reflejando el amor de Dios que habita en nosotros.

El amor de Dios también nos motiva a perdonar a aquellos que nos han hecho daño. 

En Efesios 4:32 encontramos estas palabras: 

"Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también Dios os perdonó en Cristo." Perdonar a quienes nos han herido es un acto de amor y obediencia a Dios, que nos libera del resentimiento y nos permite experimentar su paz y sanidad interior.

Para agradar a Dios, es necesario ser diligentes en nuestra vida espiritual y en nuestra relación con él. 

En 2 Pedro 1:5-7 leemos: 

"Por esto mismo, poned toda diligencia en añadir a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, amor fraternal; y al amor fraternal, amor." 

La diligencia en nuestra vida espiritual nos acerca más a Dios y nos ayuda a vivir de acuerdo a su voluntad.

El amor de Dios nos impulsa a buscar su reino y su justicia en todo momento. 

En Mateo 6:33 leemos: 

"Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas."

Cuando buscamos agradar a Dios antes que a nosotros mismos, somos bendecidos con su provisión y cuidado en todas las áreas de nuestra vida. 

Vivir de acuerdo a la voluntad de Dios nos lleva a experimentar su amor y su bondad de manera sobrenatural.

Por ello, la importancia de cambiar nuestra forma de vivir para agradar a Dios radica en reflejar su amor en todo lo que hacemos. 

El amor de Dios nos transforma, nos motiva a vivir de acuerdo a sus mandamientos y nos impulsa a amar a nuestro prójimo.

 Vivir en obediencia a Dios nos lleva a experimentar su amor de manera sobrenatural y nos llena de su paz y gozo. 

Que el amor de Dios guíe cada una de nuestras decisiones y acciones, para honrarle en todo momento y vivir en su voluntad perfecta. 

¡Gloria a Dios por su amor inagotable y redentor!

Juan Manuel

miércoles, 13 de marzo de 2024


En busca de la plenitud
 

"cuando el éxito profesional no es suficiente"


Sé que muchos de ustedes se encuentran en un momento de su vida en el que, a pesar de haber alcanzado el éxito en diversos ámbitos, sienten que les falta algo, que hay un vacío que no logran llenar. 

Quizás sienten que deben hacer algo más en la vida, que hay un propósito mayor esperándoles, pero no saben cómo descubrirlo.

Es normal sentirse así. 

El éxito material y profesional puede brindarnos satisfacción temporal, pero al final del día, no es suficiente para llenar nuestro corazón y alma. 

Es en esos momentos de desmotivación y falta de creatividad que debemos detenernos a reflexionar sobre nuestro verdadero propósito en la vida.

Como cristianos, sabemos que nuestra fe nos guía en este camino de autodescubrimiento y plenitud. 

A través de un encuentro transformacional con Dios, podemos encontrar el verdadero sentido de la vida y el camino que debemos seguir. 

Es en la conexión con nuestro Creador que encontramos la verdadera paz y alegría que tanto anhelamos.

La Biblia nos brinda palabras de aliento y esperanza en momentos de duda y confusión. 

En Jeremías 29:11 leemos: 

"Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis". 

Dios tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros, un plan de bienestar y prosperidad.

A menudo nos dejamos llevar por las presiones y expectativas del mundo, olvidando que somos hijos de un Dios amoroso y misericordioso. 

En Deuteronomio 31:6 leemos: 

"Sed fuertes y valientes; no temáis ni os aterroricéis ante ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará". 

Dios está siempre a nuestro lado, guiándonos y dándonos fuerzas para seguir adelante.

Es importante recordar que la vida no se trata solo de acumular riquezas materiales o alcanzar el éxito profesional. 

La verdadera riqueza se encuentra en nuestras relaciones, en nuestro crecimiento espiritual y en el impacto positivo que podemos tener en la vida de los demás. 

En Mateo 6:33 leemos: 

"Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas".

Al tener un encuentro transformacional con Dios, somos invitados a dejar atrás nuestras preocupaciones terrenales y a poner nuestra confianza en Él. 

En Filipenses 4:6-7 leemos: 

"No os afanéis por cosa alguna, sino en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús".

Es en la oración y la comunión con Dios que encontramos la paz que tanto anhelamos. 

Es en Él que hallamos inspiración y dirección para seguir adelante en nuestro camino. 

No importa cuán exitosos seamos en el mundo, si no tenemos una relación íntima con nuestro Padre celestial, estaremos siempre buscando algo más.

Por eso les animo a que se tomen el tiempo necesario para tener un encuentro transformacional con Dios. 

Dejen que Él les guíe y les revele cuál es el verdadero propósito de sus vidas. 

No se conformen con lo que el mundo les ofrece, sino busquen la verdadera plenitud en Cristo.

Recuerden que cada uno de nosotros tiene un papel importante que desempeñar en el plan de Dios. 

En Efesios 2:10 leemos: 

"Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas". 

Dios nos ha creado con un propósito único y especial, y es nuestro deber buscar cumplir ese propósito con todo nuestro ser.

No permitan que la desmotivación y la falta de creatividad les impidan seguir adelante en su camino. Confíen en Dios y en su amor inquebrantable por ustedes. 

En Romanos 8:28 leemos: 

"Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados". 

Confíen en que Dios tiene un plan perfecto para sus vidas, y que Él les dará la fuerza y la inspiración necesarias para alcanzarlo.

En este momento de su vida, les invito a que se acerquen a Dios con un corazón abierto y dispuesto a dejarse transformar. 

Permitan que Él les muestre cuál es el verdadero camino a seguir, y confíen en que Él les conducirá hacia la plenitud y la felicidad que tanto anhelan.

Que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, llene sus corazones y les dé la seguridad de que Él está siempre a su lado, guiándoles y dándoles fuerzas para seguir adelante. 

Recuerden que en Dios encontrarán la verdadera satisfacción y alegría que tanto buscan.

Que Dios les bendiga y les guarde en todo momento.

Con amor y oraciones,

Juan Manuel.

lunes, 11 de marzo de 2024

 Queridos hermanos en Cristo

Hoy me dirijo a ustedes con el corazón lleno de amor y esperanza, porque sé que en nuestra fe en Jesucristo encontramos la verdadera paz y salvación. 

Es por eso que les invito a reflexionar junto a mí en este momento sobre la importancia de entregarle nuestra vida a nuestro Señor y Salvador, pero también a comprometernos a trabajar en su nombre para llevar la luz de la esperanza a aquellos que aún no han conocido su amor y su gracia.

Permítanme contarles la historia de María, una joven mujer que un día se encontró perdida y sin rumbo en medio de la oscuridad de su vida. María había vivido una infancia difícil, marcada por la ausencia de un padre amoroso y el abandono de su madre. 

Su corazón estaba lleno de heridas y su alma se sentía vacía, como si le faltara algo importante para sentirse completa.

Un día, María conoció a unos hermanos en la fe que le hablaron sobre el amor de Jesucristo y cómo Él podía sanar todas sus heridas y llenar ese vacío en su corazón. 

Al principio, María dudaba de si realmente podía encontrar la paz y la esperanza que tanto anhelaba en Jesús, pero decidió darle una oportunidad y entregó su vida a Él.

Desde ese momento, María experimentó una transformación increíble en su vida. 

El amor de Jesús inundó su corazón y comenzó a sanar cada una de sus heridas. María se sintió amada, perdonada y aceptada por primera vez en su vida, y encontró en Cristo la verdadera felicidad y plenitud que tanto había buscado.

Pero María no se conformó con disfrutar de la paz y la alegría que encontró en Jesús. 

Ella sintió en su corazón el llamado a llevar la luz de la esperanza a otros que como ella se encontraban perdidos en la oscuridad. María se comprometió a trabajar en el nombre de Cristo para compartir su amor y su gracia con aquellos que aún no habían encontrado el camino hacia la verdadera vida en Él.

Queridos hermanos, la historia de María nos enseña que no basta con entregarle nuestra vida a Cristo, sino que también debemos comprometernos a trabajar en su nombre para llevar la luz de la esperanza a aquellos que están perdidos en la oscuridad. Jesús nos llamó a ser sus testigos en todo el mundo, a llevar su mensaje de amor y salvación a todas las naciones, para que todos tengan la oportunidad de conocerle y experimentar su maravillosa gracia.

En la Biblia encontramos numerosos versículos que nos animan a seguir el ejemplo de María y a comprometernos a trabajar en el nombre de Cristo. En Mateo 28:19-20, Jesús nos dice: 

"Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo."

En 1 Pedro 3:15, se nos insta a estar siempre preparados para dar a conocer la esperanza que tenemos en Cristo, con mansedumbre y reverencia. Y en Efesios 2:10, se nos recuerda que somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.

Queridos hermanos, hoy los invito a no conformarse con recibir la salvación que Cristo nos ofrece, sino a comprometerse a trabajar en su nombre para llevar la luz de la esperanza a aquellos que aún no han conocido su amor y su gracia. Que nuestra fe en Jesucristo nos inspire a ser sus testigos en todo el mundo, a compartir su mensaje de amor y salvación con todos aquellos que están perdidos en la oscuridad.

Que la historia de María nos motive a seguir su ejemplo, entregando nuestra vida a Cristo y comprometiéndonos a trabajar en su nombre para llevar la luz de la esperanza a todos los que nos rodean. 

Que en cada palabra que digamos, en cada acción que realicemos, podamos reflejar el amor y la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, para que todos puedan experimentar la verdadera vida en Él por la eternidad.

Que Dios les bendiga y les fortalezca en su camino de fe y servicio a su nombre. 

Amén.